2017-08-01 3481 lecturas
Angel Saldomando
especial para G80
Aires Irrespirables
Las estaciones meteorológicas miden variables climáticas, entre ellas, la calidad del aire. A veces hay que tomar medidas de urgencia para contener la contaminación que hace el aire irrespirable. Pero hay otro tipo de cosas que hacen el aire irrespirable: la contaminación de la política. La variable corrupción, tan mal medida por las estaciones internacionales de probidad, ha contaminado a tal grado la política que esta se ha hecho irrespirable.
Los “Panamá papers”, sobre los paraísos fiscales, pusieron en evidencia redes internacionales, financieras y políticas, que sin distingo de fronteras, lavan dinero, evaden impuestos, reciclan coimas. Desde Islandia a Chile las revelaciones conformaron una lista inagotable de políticos, empresarios y burócratas convergentes en prácticas corruptas.
En el contexto latinoamericano no hay país a salvo de la epidemia, la corrupción ha destruido sistemas políticos completos o tiene a otros en muy mal estado. La corrupción, otrora contenida por menos disponibilidad de capital y por sistemas políticos patrimoniales, limitados a unas cuantas familias y grupos económicos, se desbordó. El boom latinoamericano de altos precios de materias primas y agro negocios; incrementó el capital y la pugna por la apropiación. En un contexto de ampliación de demandas sociales, luego del largo periodo de ajuste neoliberal, de ampliación de la intervención pública, mediante programas e inversión estatales, y de expansión política con un largo período de elecciones democráticas e incorporación de nuevas fuerzas al sistema político en todos sus niveles, se generaron necesidades nuevas.
El nuevo contexto combinó la necesidad de mantener continuidad política, para las fuerzas calificadas de progresistas, con la permanencia de sistemas políticos débiles y muy penetrados por grupos de interés que mercantilizaban sus apoyos. El alto volumen de recursos financieros disponibles, asociados a programas sociales e inversión pública, tanto como a proyectos de infraestructura o extractivos, desataron una aguda lucha por el control, la asignación y los beneficios. El nivel de corrupción se disparó de manera exponencial, sin que la transparencia, los controles, las sanciones estuvieran al mismo nivel, con ello creció la impunidad y la colusión para proteger las posiciones de poder adquiridas. Grupos políticos y empresariales conservadores desacreditados por la pobreza que produjeron durante sus gobiernos en los años 80 y 90 del siglo pasado (en casi todos los países de la región), se asimilaron al nuevo contexto en espera quizá de un retorno de situación. Aprovechar las oportunidades, tejer redes, desgastar y esperar fue su política.
Este periodo fasto, largo de una quincena de años, le dio a América Latina una imagen de prosperidad, estabilidad y democracia que generó una complacencia generalizada. El ciclo comenzó a declinar desde 2013, se agravó en los años siguientes, las políticas redistributivas comenzaron a agotarse en ausencia de otras reformas (tributarias, presupuestarias, distribución de renta de la industrias extractiva). El desgaste político, pese a la continuidad en algunos países de fuerzas de base social popular, abrió una brecha para la reactivación de propuestas conservadoras. Las tensiones se incrementaron, con economías concentradas, con menor crecimiento y campañas políticas asociadas a denuncias, golpes bajos, destituciones, corrupción.
Se podría quizá haber salido por arriba de esta nueva fase que comenzaba, con debates de fondo sobre que reformas hacer, como mejorar las instituciones y el sistema político. Pero el proceso se hundió en un abismo de descomposición. De México a Chile la política se hizo irrespirable. El epicentro se ubicó en Brasil, la expresión más concentrada de lo sintetizado hasta aquí.
El proceso de corrupción conocido como Lava Jato (lavado rápido) que involucró a Petrobras gigante petrolero estatal y a Odebretch gigante de la construcción privada, abrió una caja de Pandora que no sólo arrasó con la clase política brasileña, contaminó a otros ocho países con casos de corrupción asociados a coimas por contratos, financiamiento ilegal de la política, sobre precios en proyectos públicos etc. Esto se veía venir en Brasil, donde una alianza espuria entre el Estado, el Partido de los Trabajadores de Lula y los grandes empresarios, en aras de la estabilidad y de sueños de gran potencia, financiaban proyectos, carreras políticas, incluso en otros países y coimas con tal de ganar contratos, apoyos políticos e influencia. La diferencia es que unos no representan más que el lucro pero los otros defendían un proyecto social cuya legitimidad es esencial.
Más allá de la suerte que corran empresarios, políticos y el propio sistema judicial en Brasil, fuertemente instrumentalizado por las partes en una guerra sin cuartel, quedó al descubierto algo muy grave y estructural. La bonanza y la estabilidad fueron abundantemente irrigadas con la corrupción, que aceitaron alianzas, campañas presidenciales, operadores políticos y negocios. Oscuros operadores como Joao Santana en Brasil llamado el “creador de presidentes” o Duran Barba ecuatoriano residente en Argentina vinculado al presidente Macri, o lobistas ligados a todas las tramoyas como Enrique Correa en Chile o la empresa Soquimich manejada por el yerno de Pinochet, financiadora transversal del sistema; han gangrenado la política.
Conservadores y progresistas aparecen igualados en la desbarrancada, aunque aquí o allá algunas personalidades puedan aun defender su imagen, no cabe duda que el daño es enorme. Los espacios para discutir y legitimar proyectos sociales se reduce al espectáculo de la última denuncia, el último implicado, o de quien sobrevivirá a la debacle para llegar al gobierno. La sociedad con justificadas dosis de cinismo queda relegada a espectadora del escándalo y en el vacío no se sabe que saldrá de allí.
Angel Saldomando
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